S
Shakta
Hola: este cuento terminé de escribirlo ayer y quería compartirlo, habla un poco de ser limítrofe. Es primera vez que participo en el foro y quisiera empezar así: MULADAR Hubo una vez, en la boca negra formada en la quebrada de un despeñadero, un hallazgo. Se había estado haciendo por bajo las casas de una población, la indagación de las causas que afectaran, como había estado ocurriendo, el buen funcionamiento de la plomería. Todas se erguían a la costa por sobre las rocas que hacían su declivea partir de los terrenos en que se habían instalado. Diómedes, el ingeniero, se involucraba bajos sus suelos alumbrando con una linterna, viendo las partes desconocidas de cálefonts y mohosos aparatos y muebles con sus cubiertas llenas de telarañas por debajo que era lo que él veía en cada rotura de piso hacia arriba como mirando por debajo de los vestidos de una hembra desaseada.
En un momento se topó con un cartel azulino con una equis blanca en medio. Este cartel cubría parte del boquerón de desagüe de las aguas negras de la casa que en ese momento veía. Bajo el boquerón Diómedes paseó sus ojos por el recorrido de una mancha café que de peña en peña bajaba hasta el mar, ribeteada por un largo pelo café oscuro de animal. Este color variaba de los exteriores de la ancha huella oblonga al interior según los devaneos del óxido en la superficie de los mechones.
En un momento la huella bajaba por las rocas formando un horizonte. ¿Qué habría más abajo?. Se estremeció al saber que le tocaba ir aaveriguar.
Escandalosamente un agua perniciosa habría sido desalojada desde el water de la casa, eliminando un elemento animal o despedazando en su violenta caída algún ser que se haya encontrado abajo. Un ser. Un animal tendría que ser – se dijo.
Avanzó a tientas entre las rocas redondeadas por la marea, sintiendo un penetrante olor a mar y a muerte. Al asomarse a la orilla, encontró un cuerpo blanco largo y serpentino derramado por los recovecos que derivaba en dos alargamientos a 60° adelante aún más serpenteantes.
El cuerpo era de una gran dimensión. Diómedes recordó por un momento la estación de tren en que había estado hace unas horas. Había allí un cartel con un logotipo similar al de la figura blanca que allí veía sobre el fondo azulino como el cartel con la equis. Todos los aspectos en su llegada se robaban su atención dado que había crecido en dicho pueblo. La misión de concurrir al estudio de las instalaciones de estas viviendas sociales lo había asumido por lo mismo. No había sido difícil puesto que ni un ingeniero fiscal quería ser designado para tal cacho.
Se acercó más y más, paulatinamente, al cuerpo. Los mechones que había visto comenzaron a sumergirse en el agua a medida que avanzaba la huella, tornándose blanco su centro, y tomando el color de los mechones del ribete, que danzaban como médanos en el torbellino del oleaje, un tornasol. Se fascinó con este movimiento y se absorbió en algo que parecía ser un recuerdo. Estaba en casa cuando niño y su mente era mucho más clara que la de sus padres que le amaban pero le buscaban tareas en las que él no encontraba interés. Por las noches, su subconsciente frustrado le hacía tener sueños de una variedad delirante y enormemente vívidos. Caía en laberintos eternos donde soñaba haber despertado una y mil veces. Las circunstancias que se iban dando en la casa sevolvían extrañas, las miradas artificiosas, los hechos ilógicos. Allí se daba cuenta que había caído en la enésima zona pesadillesca. Sufría, pero las noches eran lo más importante en su vida. Lograba dar cuerpo a los agones que lo habitaban, embestíanse los héroes de sus arcanos en batallas invisibles con fuerzas que se apoderaban de los miembros del otro sin ningún gesto corporal ejercido. Seres que personificaban una entidad se multiplicaban pues al abrirse sus bocas salían miles de voces. Vuelos cabeza abajo. En el día, Diómedes debía asistir al colegio y esconderse tras los árboles en el recreo para que no se lo compadeciese o encontrase extraño en su letanía melancólica. No le gustaba hablar con los demás.
Volvió donde estaba y mirando el cuerpo blanco se dijo que debía ir a buscar más gente para averiguar de qué se trataba. Vendría quizá alguna confederación marítima… Podría dar aviso entregando perfectamente las coordenadas de donde estaba ya que conocía perfecto ese lado de la orilla. Allí iba cuando niño a buscar conchas en sus tardes ensimismadas. Tomó la radio del cinturón y lo detuvo la abundancia de otro aroma en sus membranas olfativas que lo hizo recordar un episodio concreto de su niñez. Habíanle encargado, dado sus buenas notas y habilidad de lectura en voz alta y responsabilidad, la dirección de la disciplina del curso. Esto lo volvía objeto de recelo entre sus compañeros. Los profesores no accedían a la reticencia de Diómedes a esta circunstancia y le obligaban, sobre todo su profesora jefe, a cumplir su rol. Secretamente, Diómedes se había enamorado de una actriz de la época que era delgada y melancólica como él. Había visto 23veces una de sus películas en el cine del barrio. En ella se sugería la atracción sexual de su personaje con una japonesa. Esto envolvía de misterio aún más su aura sentía él. Ese día era el último día que daban la película. Tenía todo preparado para ir. Pero le convocaron a la que sería una reunión muy importante del comité de disciplina. Rogó que se le perdonase su ausencia. Pero no fue así; invariablemente debía presentarse esa tarde en la sala concertada. Responsablemente fue. No llegó nadie. Se fue del lugar hacia la playa, enormemente acongojado. Ya no resistía más el no poder luchar con esta profesora que tenía un cutis rosado y tirante, testimonio de todo tipo de alergias histéricas y cuyo marido era un militar, y librarse de esta misión horrible. El hecho de haberse perdido la última oportunidad de ensoñar con el rostro de su actriz y por nada, para una cita inútil con gente que lo había obligado y que no se había dignado a aparecer, hizo estallar su emoción y se entregó a un llanto sin freno en la orilla del mar sobre esas mismas peñas, ahora lo había recordado bien. Sólo quería morir, matarse. Con trágica manera se había envuelto con sus brazos y lanzado dolorosamente su cuerpo contra las rocas para despedir su ser de sí. Cada vez con más fuerza. En ese momento se quebró a tal punto su alma que terminó por desmayarse. Soñó como otras veces lo había hecho pero esta vez a pleno sol, en medio del movimiento del agua. Este acompañamiento vívido suavizó la corrientemente barroca imagen de sus sueños y se concentró en un rostro. Este le devolvía una imagen prístina que calmaba su dolor. Sintió una paz esclarecedora. Recordó el apellido de la profesora que lo obligaba: Christi, María Angélica Christi. Y ahí lo supo. Lo que le había estado ocurriendo era el doble analógico de la jerarquía angélica, esto es, se quería hacer de él un dispositivo gubernamental que captura el propio ser para una misión a tal punto impuesta, que te define. Estos eran pensamientos muy complejos que Diómedes masticó durante mucho tiempo después y que dieron forma a sus creencias e ideologías de adulto. Pero en ese entonces en la orilla de ese mar no pudo recordar cómo despertó y salió de allí. Ahora llegaba a su nariz el amoníaco de los orines despedidos por las casas que debía revisar y que en ese tiempo a Diómedes le eran indiferentes. Ese olor hizo que recordara el amoníaco que le dieron a oler ese día cuando fueron a rescatarlo después que un pescador dijo que había un niño tirado en las rocas cerca de donde pescaba. Lo que Diómedes olvidaba apareció en su cabeza como si fuera el recuerdo de un sueño. Cuando le tomaron en brazos Diómedes miró hacia atrás y vio su ángel despedirse de él, el ángel interno que le acompañó en su niñez había quedado allí y el elemento corpóreo blanco que dejó fue para que él ahora descubriera su huella. Como éste fluía de componentes incorruptibles fue conservado por los años, a pesar de las aguas perversas y el elemento percolado que escurría sobre él y que bajaba de las viviendas. Las aguas de la resaca devolvían sin embargo la noble espuma que despedía como icor la figura y que al impregnarse con el conjunto de las perniciosas aguas daban origen a la materia capilar que como tegumento abrigó a los primates en los albores del tiempo, nadie sabe por qué. La materia sutil del ángel se había elevado. Los rescatistas de la confederación miraban extrañados el tapiz de esta excarnación.
En un momento se topó con un cartel azulino con una equis blanca en medio. Este cartel cubría parte del boquerón de desagüe de las aguas negras de la casa que en ese momento veía. Bajo el boquerón Diómedes paseó sus ojos por el recorrido de una mancha café que de peña en peña bajaba hasta el mar, ribeteada por un largo pelo café oscuro de animal. Este color variaba de los exteriores de la ancha huella oblonga al interior según los devaneos del óxido en la superficie de los mechones.
En un momento la huella bajaba por las rocas formando un horizonte. ¿Qué habría más abajo?. Se estremeció al saber que le tocaba ir aaveriguar.
Escandalosamente un agua perniciosa habría sido desalojada desde el water de la casa, eliminando un elemento animal o despedazando en su violenta caída algún ser que se haya encontrado abajo. Un ser. Un animal tendría que ser – se dijo.
Avanzó a tientas entre las rocas redondeadas por la marea, sintiendo un penetrante olor a mar y a muerte. Al asomarse a la orilla, encontró un cuerpo blanco largo y serpentino derramado por los recovecos que derivaba en dos alargamientos a 60° adelante aún más serpenteantes.
El cuerpo era de una gran dimensión. Diómedes recordó por un momento la estación de tren en que había estado hace unas horas. Había allí un cartel con un logotipo similar al de la figura blanca que allí veía sobre el fondo azulino como el cartel con la equis. Todos los aspectos en su llegada se robaban su atención dado que había crecido en dicho pueblo. La misión de concurrir al estudio de las instalaciones de estas viviendas sociales lo había asumido por lo mismo. No había sido difícil puesto que ni un ingeniero fiscal quería ser designado para tal cacho.
Se acercó más y más, paulatinamente, al cuerpo. Los mechones que había visto comenzaron a sumergirse en el agua a medida que avanzaba la huella, tornándose blanco su centro, y tomando el color de los mechones del ribete, que danzaban como médanos en el torbellino del oleaje, un tornasol. Se fascinó con este movimiento y se absorbió en algo que parecía ser un recuerdo. Estaba en casa cuando niño y su mente era mucho más clara que la de sus padres que le amaban pero le buscaban tareas en las que él no encontraba interés. Por las noches, su subconsciente frustrado le hacía tener sueños de una variedad delirante y enormemente vívidos. Caía en laberintos eternos donde soñaba haber despertado una y mil veces. Las circunstancias que se iban dando en la casa sevolvían extrañas, las miradas artificiosas, los hechos ilógicos. Allí se daba cuenta que había caído en la enésima zona pesadillesca. Sufría, pero las noches eran lo más importante en su vida. Lograba dar cuerpo a los agones que lo habitaban, embestíanse los héroes de sus arcanos en batallas invisibles con fuerzas que se apoderaban de los miembros del otro sin ningún gesto corporal ejercido. Seres que personificaban una entidad se multiplicaban pues al abrirse sus bocas salían miles de voces. Vuelos cabeza abajo. En el día, Diómedes debía asistir al colegio y esconderse tras los árboles en el recreo para que no se lo compadeciese o encontrase extraño en su letanía melancólica. No le gustaba hablar con los demás.
Volvió donde estaba y mirando el cuerpo blanco se dijo que debía ir a buscar más gente para averiguar de qué se trataba. Vendría quizá alguna confederación marítima… Podría dar aviso entregando perfectamente las coordenadas de donde estaba ya que conocía perfecto ese lado de la orilla. Allí iba cuando niño a buscar conchas en sus tardes ensimismadas. Tomó la radio del cinturón y lo detuvo la abundancia de otro aroma en sus membranas olfativas que lo hizo recordar un episodio concreto de su niñez. Habíanle encargado, dado sus buenas notas y habilidad de lectura en voz alta y responsabilidad, la dirección de la disciplina del curso. Esto lo volvía objeto de recelo entre sus compañeros. Los profesores no accedían a la reticencia de Diómedes a esta circunstancia y le obligaban, sobre todo su profesora jefe, a cumplir su rol. Secretamente, Diómedes se había enamorado de una actriz de la época que era delgada y melancólica como él. Había visto 23veces una de sus películas en el cine del barrio. En ella se sugería la atracción sexual de su personaje con una japonesa. Esto envolvía de misterio aún más su aura sentía él. Ese día era el último día que daban la película. Tenía todo preparado para ir. Pero le convocaron a la que sería una reunión muy importante del comité de disciplina. Rogó que se le perdonase su ausencia. Pero no fue así; invariablemente debía presentarse esa tarde en la sala concertada. Responsablemente fue. No llegó nadie. Se fue del lugar hacia la playa, enormemente acongojado. Ya no resistía más el no poder luchar con esta profesora que tenía un cutis rosado y tirante, testimonio de todo tipo de alergias histéricas y cuyo marido era un militar, y librarse de esta misión horrible. El hecho de haberse perdido la última oportunidad de ensoñar con el rostro de su actriz y por nada, para una cita inútil con gente que lo había obligado y que no se había dignado a aparecer, hizo estallar su emoción y se entregó a un llanto sin freno en la orilla del mar sobre esas mismas peñas, ahora lo había recordado bien. Sólo quería morir, matarse. Con trágica manera se había envuelto con sus brazos y lanzado dolorosamente su cuerpo contra las rocas para despedir su ser de sí. Cada vez con más fuerza. En ese momento se quebró a tal punto su alma que terminó por desmayarse. Soñó como otras veces lo había hecho pero esta vez a pleno sol, en medio del movimiento del agua. Este acompañamiento vívido suavizó la corrientemente barroca imagen de sus sueños y se concentró en un rostro. Este le devolvía una imagen prístina que calmaba su dolor. Sintió una paz esclarecedora. Recordó el apellido de la profesora que lo obligaba: Christi, María Angélica Christi. Y ahí lo supo. Lo que le había estado ocurriendo era el doble analógico de la jerarquía angélica, esto es, se quería hacer de él un dispositivo gubernamental que captura el propio ser para una misión a tal punto impuesta, que te define. Estos eran pensamientos muy complejos que Diómedes masticó durante mucho tiempo después y que dieron forma a sus creencias e ideologías de adulto. Pero en ese entonces en la orilla de ese mar no pudo recordar cómo despertó y salió de allí. Ahora llegaba a su nariz el amoníaco de los orines despedidos por las casas que debía revisar y que en ese tiempo a Diómedes le eran indiferentes. Ese olor hizo que recordara el amoníaco que le dieron a oler ese día cuando fueron a rescatarlo después que un pescador dijo que había un niño tirado en las rocas cerca de donde pescaba. Lo que Diómedes olvidaba apareció en su cabeza como si fuera el recuerdo de un sueño. Cuando le tomaron en brazos Diómedes miró hacia atrás y vio su ángel despedirse de él, el ángel interno que le acompañó en su niñez había quedado allí y el elemento corpóreo blanco que dejó fue para que él ahora descubriera su huella. Como éste fluía de componentes incorruptibles fue conservado por los años, a pesar de las aguas perversas y el elemento percolado que escurría sobre él y que bajaba de las viviendas. Las aguas de la resaca devolvían sin embargo la noble espuma que despedía como icor la figura y que al impregnarse con el conjunto de las perniciosas aguas daban origen a la materia capilar que como tegumento abrigó a los primates en los albores del tiempo, nadie sabe por qué. La materia sutil del ángel se había elevado. Los rescatistas de la confederación miraban extrañados el tapiz de esta excarnación.